Tuberculosis
La tuberculosis, conocida también como tisis, consunción,
peste blanca, plaga blanca o mal del rey, está causada
principalmente por el denominado bacilo de Koch (Mycobacterium
tuberculosis) en honor a su descubridor Robert Koch, el médico y
microbiólogo alemán que lo identificó y aisló en 1882, y es una
de las enfermedades infecciosas más antiguas conocidas por la
humanidad.
La tuberculosis, cuya principal vía de contagio son las
secreciones respiratorias expulsadas al aire por personas ya
infectadas, causa un cuadro clínico con diversa sintomatología,
que varía en función del órgano al que afecte, siendo la más
habitual la tuberculosis pulmonar, cuyos síntomas usuales son
fiebre, diarrea, tos intensa con sangre o esputo, astenia,
cansancio muscular, dolor torácico y afectación extrapulmonar.
Pero también puede afectar a otros órganos, como serían la
tuberculosis ósea, genitourinaria, meníngea, e incluso la
tuberculosis miliar, es decir, cuando el bacilo de Koch se
disemina al resto de órganos a través de la sangre, siendo esta
última poco frecuente y asociada a personas con
inmunodeficiencia.
La antigüedad estimada de la bacteria Mycobacterium tuberculosis
es de entre 15.000 y 20.000 años, y pertenece al género Mycobacterium, originado hace más de 150 millones de años y del
cual evolucionó como patógeno humano a partir de otros
microorganismos más primitivos. Aún no existe un total consenso
en cuanto a su cronología, pero sí en cuanto a su origen
geográfico, situado en el este del continente africano, del cual
se extendería a otras zonas con las primeras migraciones humanas.
Los hallazgos más antiguos de afectación humana por esta
enfermedad se encontraron en momias egipcias fechadas entre el
3000 y 2400 a.C., así como en restos óseos del periodo Neolítico,
mientras que los primeros testimonios escritos se encuentran en
la India y China, datados en 3300 y 2300 a. C. respectivamente.
Asimismo, podemos encontrar textos que refieren la afectación
por tuberculosis en fuentes egipcias, griegas, como las
investigaciones sobre la ptisis o tisis, como se conocía la
tuberculosis en Grecia, del médico griego Hipócrates (460- 377
a.C.), y romanas, entre ellos los de Claudio Galeno de Pérgamo,
que ya sugería la naturaleza contagiosa de la enfermedad y cuyas
propuestas terapéuticas de reposo, antitusígenos, gárgaras de
ácido tánico y miel y dieta se mantendrán durante siglos.
De la Edad Media únicamente se conservan registros dispersos
sobre la afectación por tuberculosis pulmonar, y apenas se
aumentan los conocimientos científicos sobre la materia,
empleándose para su tratamiento diversos remedios y preparados
heredados de épocas anteriores, aire fresco y otras terapias
alternativas de carácter mágico-religioso sin eficacia práctica,
como sería la creencia de que los reyes podían curarla con sólo
tocar a los enfermos, por lo que se la conocería también como
“mal del rey”.
Durante la Edad Media y la Edad Moderna, se produce un aumento
de la incidencia de la enfermedad motivado por las pobres
condiciones higiénicas de la época, especialmente en las
ciudades, como son el hacinamiento, la escasa ventilación, la
mala nutrición, la falta de sistemas de saneamiento, etc.
La máxima virulencia y extensión de la tuberculosis se dará en
la Europa occidental desde finales del s. XVIII hasta finales
del s. XIX, coincidiendo con la revolución industrial y el
cambio en los modelos productivos y sociales, que implicó un
éxodo masivo de la población rural a los núcleos urbanos que no
reunían las adecuadas condiciones de vida y de trabajo,
cebándose así en la nueva clase obrera y bautizándose durante la
época romántica como la “plaga blanca”, "mal de vivir" o "mal du
siècle", la cual ejercería una gran fascinación en los artistas
y dejaría una honda huella en la cultura de entonces.
A partir del s. XIX, los avances científicos aplicados al
conocimiento de la naturaleza y tratamiento terapéutico de la
enfermedad se suceden, con un especial seguimiento por parte de
la prensa, destacando entre ellos, el estetoscopio inventado por
médico francés René Laënnec en 1816, que revolucionó la forma de
auscultación de los pacientes; la demostración de la naturaleza
infecciosa de la tuberculosis en 1866 por otro médico francés,
Jean Antoine Villemin (1827 - 1892), que inoculó tejido
tuberculoso en diversos animales reproduciendo en ellos la
enfermedad, pero cuyos avances no recibieron el reconocimiento
médico de la época; la identificación del agente causal de la
tuberculosis por el doctor Robert Koch en 1882, que en esa época
producía la muerte de una de cada siete personas en Europa y
Estados Unidos, y que fue determinante para demostrar que la
tuberculosis era infecciosa y transmisible, lo que favoreció el
desarrollo posterior de métodos diagnósticos y de un tratamiento
eficaz contra la tuberculosis; y la invención de los rayos X en
1895 por el ingeniero mecánico y físico alemán Wilhelm Röntgen
(1845-1923), que facilitó diagnosticar y seguir la evolución de
la enfermedad en los pacientes.
Además, en la segunda mitad del s. XIX se crean los primeros
sanatorios para tuberculosos, basados
en la consideración de los efectos terapéuticos del reposo, el
aire fresco y una adecuada alimentación, que sólo acogían a
enfermos susceptibles de curación y que paulatinamente irán
incorporando nuevos procedimientos y tratamientos médicos, como
la toracoplastia y el neumotórax, desempeñando una función
esencial en el control de la enfermedad, no sólo por atender a
la curación de los pacientes y a su instrucción en medidas
higiénicas, sino por garantizar su aislamiento del resto de la
comunidad, impidiendo así un mayor contagio.
A partir de entonces,
los sanatorios se extendieron por toda
Europa, pudiéndose contabilizar ya cientos de ellos en todo el
mundo en las primeras décadas del s. XX, y llegando a convertirse incluso en uno de los
índices que muestran el nivel sanitario de un país.
Durante el s. XX se siguen sucediendo los avances en el
tratamiento de la tuberculosis
y, gracias a esos nuevos
descubrimientos científicos dados en el siglo anterior y a la
mejora de las políticas de sanidad pública. Comienzan así en
1902 en Berlín las Conferencias Internacionales de Tuberculosis,
estableciéndose la cruz de Lorena como símbolo de la lucha
contra la enfermedad; aparte de los sanatorios, que siguen aumentando su número, tal y
como
se recoge en la prensa de entonces, se crean
nuevas instalaciones sanitarias, como son los dispensarios, por
ejemplo, en el caso español aparecerían los dispensarios reales
gestionados por
Real Patronato Central de Dispensarios e
Instituciones Antituberculosas creado en el año 1907, y también
surgen hospitales especiales para tuberculosos, encargados del
aislamiento de los enfermos en estado avanzado y de prestarles
servicios médicos en los últimos días de su vida, siendo todas
estas instituciones piezas clave en la práctica antituberculosa;
se llevan a cabo campañas sanitarias periódicas orientadas al
control de su propagación, que divulgarán entre la población las
medidas de prevención e higiene establecidas por las
administraciones; e incluso en 1921, los científicos franceses
del Instituto Pasteur, el médico Albert Calmette y el
veterinario Camille Guérin crean una vacuna antituberculosa
usando una variante atenuada de la Mycobacterium bovis,
denominada BCG.
El desarrollo de los primeros antibióticos efectivos contra la
tuberculosis se producirá a partir de la Segunda Guerra Mundial,
con el descubrimiento en 1944 por Selman Waksman (1888-1973) y
Albert Schatz (1922-2005) del primer antibiótico específico
contra la tuberculosis, la estreptomicina, con una eficacia
limitada, y luego en 1952 de la isoniazida, más eficaz y que
revolucionó la terapia antituberculosa, a los que se añadirían
en años posteriores otros como la pirazinamida, cicloserina,
etc.
El uso de estos medicamentos específicos contra la tuberculosis,
que permitieron a los pacientes tratarse y recuperarse en sus
propias casas, motivando poco a poco el cierre de los diferentes
sanatorios, junto con las periódicas campañas antituberculosas
entre la población, el uso de la vacuna BCG y la mejora de la
nutrición y las condiciones de sociales de vida, lograron
reducir en gran medida la mortalidad mundial por esta causa.
Sin embargo, desde finales del pasado siglo la tuberculosis ha
reaparecido, principalmente en países en vías de desarrollo,
promovida por las condiciones de pobreza, deterioro de los
sistemas de salud pública, la aparición del VIH y de cepas
multirresistentes, por lo que a día de hoy sigue siendo una de
las principales amenazas para la salud pública según la
Organización Mundial de la Salud.
En el caso español, al igual que en el resto de los países
occidentales, la tuberculosis fue la enfermedad más letal hasta
mediados del s. XX, momento en que comenzó a experimentar un
descenso significativo gracias a la consolidación de los avances
científicos y la denominada “medicina social”, dotada de un
aparato público con miles de camas a disposición de los enfermos.
Según las estadísticas oficiales, en las primeras décadas del
siglo superó las 30.000 muertes anuales, y se cebó especialmente
con el género masculino en prácticamente todas las franjas de
edad, el más numeroso además en las plantillas de personal de
las compañías ferroviarias. Las zonas más castigadas serían
Barcelona, Madrid, Sevilla, Cádiz, Vizcaya y en general toda la
cordillera cantábrica.
Toda esta evolución desde el s. XIX en el control de la
propagación y del tratamiento de la tuberculosis y otras
enfermedades infectocontagiosas, se reflejó en la actuación de
los servicios sanitarios de las antiguas compañías ferroviarias
primero y luego de Renfe, recogida en sus reglamentos. En ellos,
se establecían las prácticas necesarias para velar por el
cumplimiento general de la normativa sanitaria e higiénica del
transporte por vías férreas, como eran las operaciones de
transporte de enfermos, adecuándose las tarifas de los servicios
comerciales de las compañías a las mismas, como se recoge en la
Tarifa Especial nº 13 de Gran Velocidad para el transporte de
dementes, enfermos, heridos, presos y penados del año 1915,
reimpresa en 1924, y su
modificación de 1917 respecto a la conducción en departamentos
separados de viajeros con enfermedades contagiosas, así como de
transporte de cadáveres y restos humanos, que debían respetar la
normativa higiénica establecida para evitar contagios; las tareas de
desinsectación y desinfección de material móvil e instalaciones
fijas, como las recogidas en el
Real Decreto de 3 de febrero de
1914; la redacción de las correspondientes instrucciones a su
personal sobre las medidas higiénicas; la realización de las
inspecciones de las condiciones higiénicas generales de las
instalaciones fijas y móviles y de personal; la elaboración de
las estadísticas pertinentes recogidas en las memorias anuales
de las compañías; la organización y desarrollo de las campañas
antituberculosas o de otra índole recomendadas por las
autoridades sanitarias; etc.
Así podemos encontrar, sobre todo, a partir de la creación de
Renfe en 1941,
instrucciones específicas sobre la tuberculosis emitidas desde su Servicio Médico de Asistencia Social, como la
aparecida en sus primeros tiempos para la antigua zona de MZA, en la que se
sintetizan los conocimientos básicos sobre esta enfermedad,
estableciendo una diferenciación entre la infección tuberculosa
y la propia tuberculosis pulmonar, aclarando que no se trata de
una enfermedad hereditaria desarrollada por la confluencia de
ciertos factores como se venía diciendo a lo largo del s. XIX,
que es curable siempre y cuando se diagnostique a tiempo, y que
las medidas más importantes para su prevención son la
observancia de una vida y alimentación sana, la limpieza de las
viviendas y demás espacios, y la higiene de la boca y muy
especialmente de las manos, apuntando que el agua y el jabón han
salvado más vidas que las vacunas. Por último, recalca que
siempre deberá solicitarse consejo al médico competente.
También de esta primera época podemos encontrar el interés en la
organización de los servicios para la lucha antituberculosa en
la compañía, como evidencia una
nota sobre la hospitalización de
enfermos tuberculosos dirigida al Jefe del Departamento de
Personal y Asistencia Social de Renfe, el Sr. Silva, el 11 de
diciembre de 1946, en la que se indica el número
óptimo de camas para atender a su personal y también a sus
familias en caso de incluirlas, y los sanatorios necesarios
distribuidos estratégicamente según las exigencias del número de
agentes o la morbilidad de la zona, para los que sugiere
realizar un concierto con el Patronato Nacional Antituberculoso,
organismo sanitario público encargado de la lucha contra la
enfermedad en España desde 1936, que ya disponía de sanatorios
en esos lugares y con el que finalmente se realizaría dicho
concierto de asistencia médica.
Interés refrendado por otra
nota dirigida el 16 de agosto de
1948 al Sr. Silva, en la que se habla de los posibles costes y
regulación del empleo de la estreptomicina para el tratamiento
de sus agentes acogidos al Seguro Obligatorio de Enfermedad,
descubierta en 1944 y aún en fase de experimentación, así como por un
estudio
presentado el 8 de diciembre de 1949 al Presidente de Renfe,
Rafael Benjumea y Burín, Conde de Guadalhorce, sobre la
conveniencia de establecer un servicio de tipo profiláctico
antituberculoso en la compañía.
Como se ha mencionado anteriormente, las antiguas compañías
ferroviarias, y después especialmente Renfe, recogieron en las
memorias anuales de sus servicios sanitarios toda la información
relativa a la lucha mantenida contra las enfermedades
infectocontagiosas, entre las que destacó la tuberculosis hasta
la década de 1970 del siglo XX, cuando las menciones concretas a
la misma fueron desapareciendo por la menor incidencia de la
enfermedad. Por tanto, en estas memorias se incluyó la
contabilización de las consultas concretas sobre
higiene
antituberculosa en cuanto a las asistencia médica prestada; la
relación de instalaciones sanitarias y su actividad, como
sanatorios, clínicas y casas de salud, que se fueron dotando de
los últimos adelantos técnicos como los rayos X, etc., así como
también de la reserva de camas en sanatorios para tuberculosos
del Estado contratada con el Patronato Nacional Antituberculoso;
las labores de propaganda y divulgación de la recomendaciones y
medidas preventivas contra la enfermedad, ejercidas
principalmente por las enfermas visitadoras; etc.