“Cuando acabé de prisa y corriendo de tomar una taza
de café bastante malo, y clarito por más señas, ya se oían
los gritos de ¡»Al coche, al coche!», unidos a las
despedidas en alta voz, al ir y venir de los que colocaban
los equipajes en la baca y las advertencias mezcladas de
interjecciones del mayoral, que dirigía las maniobras desde
el pescante como un piloto desde la popa de su buque.
La decoración había cambiado por completo, y nuevos y
característicos personajes se encontraban en escena. En
primer término, y unos recostados contra la pared, otros
sentados en los marmolillos de las esquinas o agrupados en
derredor del coche, veíanse hasta quince o veinte
desocupados del lugar, para quienes el espectáculo de una
diligencia que entra o sale es todavía un gran
acontecimiento. Al pie del estribo, algunos muchachos,
desharrapados y sucios, abrían con gran ociosidad las
portezuelas, pidiendo indirectamente una limosna, y en el
interior del ómnibus, pues este era propiamente el nombre
que debiera darse al vehículo que iba a conducirnos a
Tarazona, comenzaban a ocupar sus asientos los viajeros. Yo
fui uno de los primeros en colocarme en mi sitio, al lado de
dos mujeres, madre e hija, naturales de un pueblo cercano y
que venían de Zaragoza, donde, según me dijeron, habían ido
a cumplir no sé qué voto a la Virgen del Pilar: la muchacha
tenía los ojos retozones, y de la madre se conservaba todo
lo que a los cuarenta y pico de años puede conservarse de
una buena moza. Tras mí entró un estudiante del Seminario, a
quien no hubo de parecer saco de paja la muchacha, pues
viendo que no podía sentarse junto a ella, porque ya lo
había hecho yo, se compuso de modo que en aquellas
estrecheces se tocasen rodilla con rodilla. Siguieron al
estudiante otros dos individuos del sexo feo, de los cuales
el primero parecía militar en situación de reemplazo, y el
segundo, uno de esos pobres empleados de poco sueldo, a
quienes a cada instante trasiega el Ministerio de una
provincia a otra. Ya estábamos todos y cada uno en su lugar
correspondiente, y dándonos el parabién porque íbamos a
estar un poco holgados, cuando apareció en la portezuela, y
como un retrato dentro de su moldura, la cabeza de un
clérigo entrado en edad, pero guapote y de buen color, al
que acompañaba una ama o dueña, como por aquí es costumbre
llamarles, que en punto a cecina de mujer, era de lo mejor
conservado y apetitoso a la vista que yo he encontrado de
algún tiempo a esta parte."
G
ustavo Adolfo Domínguez
Bastida; Sevilla, 1836 - Madrid, 1870. Poeta español. Junto
con Rosalía de Castro, es el máximo representante de la
poesía posromántica, tendencia que tuvo como rasgos
distintivos la temática intimista y una aparente sencillez
expresiva, alejada de la retórica vehemencia del
romanticismo.
La obra de Bécquer ejerció un fuerte influjo en figuras
posteriores como Rubén Darío, Antonio Machado, Juan Ramón
Jiménez y los poetas de la generación del 27, y la crítica
lo juzga el iniciador de la poesía española contemporánea.
Pero más que un gran nombre de la historia literaria,
Bécquer es sobre todo un poeta vivo, popular en todos los
sentidos de la palabra, cuyos versos, de conmovida voz y
alada belleza, han gozado y siguen gozando de la
predilección de millones de lectores.
Hijo y hermano de pintores, quedó huérfano a los diez años y
vivió su infancia y su adolescencia en Sevilla, donde
estudió humanidades y pintura. En 1854 se trasladó a Madrid,
con la intención de hacer carrera literaria. Sin embargo, el
éxito no le sonrió; su ambicioso proyecto de escribir una
Historia de los templos de España fue un fracaso, y sólo
consiguió publicar un tomo, años más tarde. Para poder vivir
hubo de dedicarse al periodismo y hacer adaptaciones de
obras de teatro extranjero, principalmente del francés, en
colaboración con su amigo Luis García Luna, adoptando ambos
el seudónimo de «Adolfo García».
Durante una estancia en Sevilla en 1858, estuvo nueve meses
en cama a causa de una enfermedad; probablemente se trataba
de tuberculosis, aunque algunos biográfos se decantan por la
sífilis. Durante la convalecencia, en la que fue cuidado por
su hermano Valeriano, publicó su primera leyenda, El
caudillo de las manos rojas, y conoció a Julia Espín, según
ciertos críticos la musa de algunas de sus Rimas, aunque
durante mucho tiempo se creyó erróneamente que se trataba de
Elisa Guillén, con quien el poeta habría mantenido
relaciones hasta que ella lo abandonó en 1860, y que habría
inspirado las composiciones más amargas del poeta.
En 1861 contrajo matrimonio con Casta Esteban, hija de un
médico, con la que tuvo tres hijos. El matrimonio nunca fue
feliz, y el poeta se refugió en su trabajo o en la compañía
de su hermano Valeriano, en las escapadas de éste a Toledo
para pintar. La etapa más fructífera de su carrera fue de
1861 a 1865, años en los que compuso la mayor parte de sus
Leyendas, escribió crónicas periodísticas y redactó las
Cartas literarias a una mujer, donde expone sus teorías
sobre la poesía y el amor. Una temporada que pasó en el
monasterio de Veruela en 1864 le inspiró Cartas desde mi
celda, un conjunto de hermosas descripciones paisajísticas.
Económicamente las cosas mejoraron para el poeta a partir de
1866, año en que obtuvo el empleo de censor oficial de
novelas, lo cual le permitió dejar sus crónicas
periodísticas y concentrarse en sus Leyendas y sus Rimas,
publicadas en parte en el semanario El museo universal. Pero
con la revolución de 1868, el poeta perdió su trabajo, y su
esposa lo abandonó ese mismo año.
Se trasladó entonces a Toledo con su hermano Valeriano, y
allí acabó de reconstruir el manuscrito de las Rimas, cuyo
primer original había desaparecido cuando su casa fue
saqueada durante la revolución septembrina. De nuevo en
Madrid, fue nombrado director de la revista La Ilustración
de Madrid, en la que también trabajó su hermano como
dibujante. El fallecimiento de éste, en septiembre de 1870,
deprimió extraordinariamente al poeta, quien, presintiendo
su propia muerte, entregó a su amigo Narciso Campillo sus
originales para que se hiciese cargo de ellos tras su óbito,
que ocurriría tres meses después del de Valeriano.
Cómo citar este artículo:
Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de
Gustavo Adolfo Bécquer. En Biografías y Vidas. La
enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España).
Para consultarlo completo
Recuperado de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/becquer.htm
el 21 de abril de 2020.
Más información en:
Cervantes Virtual
Universidad de León
"El pasajero de tren". Diario El País
Bécquer desconocido (youtube)
Carruaje para el transporte urbano de viajeros, con
tracción animal. El antecedente más antiguo del transporte
de viajeros en carruajes es de 1662, año en que el
polifacético Blaise Pascal estableció en París un servicio
de carruajes, con itinerarios, tarifas y horarios
determinados.
Carruaje Ómnibus "Servicio al ferro-carril"