“La rapidez de la marcha está calculada de ocho a diez leguas por hora y a veces más, pues recuerdo haber hecho en una hora y dos minutos la travesía desde Bruges a Gaute, que son doce leguas. Y sin embargo, la comodidad es tan extrema, que apenas se percibe el movimiento, y sólo yendo al descubierto molesta algún tanto el viento cuando da de cara y la rapidez con que desaparecen a la vista los objetos cercanos, por lo que es conveniente fijarla en la lontananza, o, por mejor decir, no fijarla en ninguna parte.”
“¡Que precisión de movimientos en las estaciones o puntos de descanso, para dirigir metódicamente y con una asombrosa celeridad el relevo continuo de los viajeros y sus equipajes, la inspección prudente de las máquinas! ¡Qué método, orden y sabia administración en el desempeño de tantas oficinas; en las innumerables anotaciones de tantos viajeros; en el peso, colocación y trasiego de sus equipajes; en la carga del sinnúmero de mercancías, efectos y animales, que ocupan los carros últimos del convoy!
Mesonero Romanos, cultivador del costumbrismo y sensible
a los avances técnicos, es consciente de la importancia que
tenía el ferrocarril para el progreso social, es un autor
entusiasmado por el descubrimiento del tren y su rapidez. La
técnica permitió avanzar en desplazamientos más rápidos, el
ferrocarril buscaba también mayor confort para sus trenes,
de manera que el aumento de velocidad no fuera en detrimento
de la comodidad del viajero.
Dos piezas que enmarcan estos textos elegidos son: un reloj
y un ómnibus. Uno como elemento clave para medir el tiempo
de viaje y la puntualidad de los trenes.
Reloj patrón “St. Climent / Imperia”
n esta obra Mesonero teoriza sobre el viaje y los motivos que pueden impulsar al viajero a salir de su entorno geográfico. La monotonía, el tedio y la búsqueda de nuevas sensaciones posibilitan el deseo de viajar. Ser testigo de los adelantos del siglo, trasladarse de un lugar a otro en las nuevas redes ferroviarias europeas y analizar distintas formas de vida son motivos que inducen a Mesonero a emprender sus viajes. Es evidente que el autor, una vez más, se sitúa en el justo medio. No pretende emular la paciente labor investigadora de aquellos viajeros, cuya única misión era el descubrimiento de nuevas civilizaciones o el estudio referente a todo lo que concierne al ser humano. En sus Recuerdos Mesonero comunica a sus lectores que en estas impresiones de viaje:
[...] no existe ni metódica descripción, ni pintura
artística o literaria, ni historia propia, más o menos
realzada con picantes anécdotas, ni sátira amarga siempre,
ni pretexto constante para hacer reír a costa de la razón.
Nació
en Madrid el 19 de julio de 1803, hijo de una influyente
familia de la capital. Su padre, Matías Mesonero, natural de
Salamanca y aficionado a la literatura, falleció en 1820,
dejando a Ramón a cargo de los negocios familiares.
El Trienio Liberal marcó profundamente al autor con su
atmósfera liberal y revolucionaria, a tal extremo que se
alistó como miliciano nacional con apenas dieciocho años.
Por entonces publicó sus primeros cuadros de costumbres: Mis
ratos perdidos o ligero bosquejo de Madrid en 1820 y 1821.
En el campo literario, se interesó sobre todo por Leandro
Fernández de Moratín, Bartolomé José Gallardo y Sebastián de
Miñano, y leyó a los dramaturgos del Siglo de Oro: Tirso de
Molina, Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Agustín
Moreto o Francisco Rojas Zorrilla. También fue un entusiasta
de la ópera italiana.
Mesonero, distinguido vecino del número 7 de la antigua
plaza de Bilbao, paseante incansable del antiguo Madrid, fue
asiduo de la tertulia de «El Parnasillo», como miembro de la
llamada «Partida del Trueno», con José de Espronceda,
Ventura de la Vega, Patricio de la Escosura, Miguel de los
Santos Álvarez, Mariano José de Larra, Romero Larrañaga,
Pelegrín, Segovia, entre otros románticos de espíritu
ilustrado, artistas, dramaturgos y empresarios. El más unido
a Mesonero fue quizá José María Carnerero, periodista y
dramaturgo, que lo introdujo en los medios periodísticos más
importantes de la época. Juan Grimaldi fue otro de los
colegas del «El curioso parlante», sobrenombre con el que
Mesonero firmaba sus escritos.
Por entonces empezó a experimentar inquietudes urbanísticas.
El cambio que experimentó Madrid durante estos años fue
motivo para numerosas salidas al extranjero con curiosidad
por la fisonomía urbana que imperaba en distintos contextos
geográficos. Desde agosto de 1833 a mayo de 1834 Mesonero
Romanos viajará a Francia. Solo parcialmente han llegado
hasta nosotros los Fragmentos de un diario de viaje,
publicados por los hijos del escritor en el centenario de su
nacimiento. Su segunda salida al extranjero queda reflejada
en su obra Recuerdos de viaje por Francia y Bélgica; sin
embargo, recorrió muchos otros reinos de Europa en tiempos
de regencia de María Cristina, tal como consta en los
Trabajos no coleccionados publicados por sus hijos. En 1835
pasó a dirigir el Diario de Avisos de Madrid.
Redactó con Estébanez Calderón la revista Cartas Españolas,
y en el periodo comprendido entre 1845 y 1850 se dedicó al
Ayuntamiento de Madrid como concejal. Su Proyecto de mejoras
generales, leído en la sesión de la Corporación municipal el
día 23 de mayo de 1846, supuso una auténtica remodelación
del Madrid de la época. Años más tarde redactó nuevas
Ordenanzas municipales que rigieron largo tiempo.
Después inició una intensa actividad literaria: hizo
ediciones de los dramaturgos contemporáneos y posteriores a
Lope de Vega y Rojas Zorrilla para la Biblioteca de Autores
Españoles, y fue cronista oficial a partir del 15 de julio
de 1864. También colaboró en El Indicador de las Novedades,
el Correo Literario y Mercantil, Revista Española, Diario de
Madrid y en la revista Semanario Pintoresco Español, de la
que fue fundador.
Ingresó en la Real Academia el 3 de mayo de 1838 como
académico honorario y el 25 de febrero de 1847 como miembro
de número. Fue un activo ateneísta y bibliotecario nombrado
a perpetuidad por el Ayuntamiento, que más tarde compró su
biblioteca por 70 000 reales. De su inicial liberalismo
evolucionó al conservadurismo que se percibe en sus Memorias
de un setentón.
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